Primer capítulo «Campanilla olvidó volar».

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PRÓLOGO

Sentirse atraído por alguien en una boda podría considerarse un tópico, algo con lo que algunos fantasean cuando asisten a un evento como ése, es como una manera de gritarle al mundo que no se casan no porque no quieran, sino más bien porque no tienen con quién. Pero ni Julen ni Abril eran de ese tipo de personas. Ella estaba demasiado ocupada organizando aquel enlace tan importante para su pequeña empresa y él había asistido porque era el mejor amigo del novio, aunque se sentía bastante incómodo fuera de su entorno y deseaba que aquella celebración finalizase lo antes posible. Pero un cruce de palabras no muy acertadas, una sonrisa tímida de ella y una mirada penetrante de él hicieron que se sintiesen atraídos el uno por el otro. ¿Y si el causante de aquella atracción era aquel lugar tan romántico y sensual? Julen no sabía la respuesta, pero desde que había oído hablar a Abril, no había podido apartar la mirada de ella. Era tan risueña, tan trabajadora, tan diferente a lo que estaba acostumbrado y tenía esas contestaciones tan irónicas, que le costaba dejar de mirarla. Intentaba verle algo que la asemejase a sus anteriores conquistas, pero no lo lograba…
Comenzó a no prestar atención al enlace, era como si aquella mujer lo hubiese hechizado, quería probar aquellos labios tan gruesos y tan bien definidos, fundirse en ellos y demostrarse a sí mismo que Abril era una mujer como las demás, no la bomba sexual que su mente creaba a pasos agigantados. Debía hacer algo para salir de su error, porque sabía que la estaba idealizando hasta el extremo, así que la embaucó, algo que no le resultaba difícil, ya que era como un don que poseía y del que echaba mano siempre que podía. Y por fin, a la luz de la luna llena de aquella isla griega de Corfú, posó su boca sobre aquellos labios tan tentadores… Pero lo que sintió no fue lo que esperaba y, de repente, el tiempo se detuvo a su lado y sólo la sintió a ella, ese beso suave, sin prisas, tan delicado como una pluma, pero tan intenso que podía prender un rascacielos.
Julen se apartó como si los labios de Abril quemasen y la miró entre nervioso y asustado, aunque manteniendo las formas en su presencia; debía parar aquello allí mismo, Pablo no le perdonaría jamás que sedujera y sacara a mitad de la celebración a la organizadora de su boda. Los pasos que dio para separarse de ella fueron los más duros que había dado en toda su vida, lo desgarraban por dentro, como si algo lo empujase hacia aquella mujer rubia, como si ella fuera la cura de su enfermedad, la única capaz de despertarlo de aquel letargo… Sí, la deseaba. La deseaba más que a nada en el mundo, pero tuvo que hacer lo mejor para ambos. Aun así, no pudo quedarse quieto y marcharse sin más, y le escribió una nota que luego dejó en el bolso de ella. Era su sello, no podía remediar esa parte de él que era innata. Al fin y al cabo, era todo un experimentado donjuán.
Se marchó de la boda con la sensación agridulce de saber que cometía un error, que debía dar media vuelta y acabar lo iniciado. A lo mejor si saciaba aquel deseo ardiente que sentía por esa mujer, aquello se evaporaría y volvería a su vida cotidiana, sin rastro de la sonrisa eterna de la rubia que lo había cautivado en tan pocas horas, con su carisma y su sarcasmo que lo hacía sonreír sin remediarlo. Pero no podía, debía ser listo y esperar una oportunidad mucho mejor que la boda de su mejor amigo.
Julen no era de los que creían en el destino y no iba a empezar a hacerlo en aquel preciso momento. Era el conductor de su propia vida, quien dirigía el timón de aquel navío que era su existencia. Mientras salía de aquella paradisíaca isla griega, comenzó a pensar en la mejor manera de volver a encontrarse con ella, eso sí, de una manera casual, como Julen creía que les gustaba a las mujeres; pero detrás de esa «casualidad» estaría él, moviendo los hilos para reencontrarse con Abril y así cumplir la promesa que le había escrito en aquel pequeño trozo de papel:
Quiero que estés preparada para cuando nos volvamos a encontrar. No sé dónde ni cuándo, pero sé que no voy a poder darte solamente un beso. Nos vemos pronto o, por lo menos, eso espero.
JULEN
1.
Abril se sentía satisfecha del trabajo que habían realizado Maca y ella en Corfú. La boda de Pablo y Elisa había ido mejor de lo que había supuesto y, aunque había tenido algún contratiempo con cierto amigo del novio, se sentía orgullosa de todo lo realizado. Después del enlace, Maca y ella se quedaron unos días en la isla para relajarse y desconectar un poco. Al principio no pudo dejar de pensar en aquel apuesto hombre que se había atrevido a besarla en mitad de la boda que ella organizaba. Su mirada y la atracción que sintió por él la perseguían cuando cerraba los ojos. Pero Abril se sentía aliviada de que no hubiese ocurrido nada más entre ellos, lo último que deseaba en aquellos momentos era complicarse más la vida.
―¿Te vas ya a casa? ―preguntó Maca en el interior del taxi que habían cogido nada más aterrizar el avión en el aeropuerto de Manises.
―Sí, dejo la maleta y me voy a ver a mi padre ―contestó Abril distraídamente, mientras observaba el denso tráfico de su ciudad natal.
―¡Estos días en Corfú han sido geniales!
―Sí, lo hemos pasado muy bien… De nuevo te agradezco que te hayas hecho cargo de todos los gastos de estos días que hemos pasado tras la boda, eres un solete ―comentó mirándola a los ojos, emocionada por el gran gesto que había tenido su amiga con ella.
―¡Ya te tocaba tener vacaciones, Abril! ―exclamó Maca, apretándole el brazo con cariño―. No paras de trabajar y necesitabas desconectar un poco de tus obligaciones; además, ya verás cómo nos salen más bodas. Ésta nos abrirá más puertas y podremos disfrutar más de la vida.
―Eso espero… ―bufó Abril, poniendo los ojos en blanco―. ¿Qué vas a hacer ahora?
―Me iré a tomar unas cañas con Almu y los demás. Estaría genial que te vinieses…
―Ya… A mí también me gustaría verlos, pero lo primero es lo primero ―sonrió Abril―. A la próxima, estoy ahí la primera.
―Te noto como ausente, ¿no estarás así por el tío ese de la boda? ―preguntó Maca mirándola fijamente.
―¡¿Qué?! ¡¡No, qué va!! ―exclamó, asombrada de que pensara eso―. No es por eso, es que quiero que la empresa comience a tener beneficios de una manera más continua y así poder trabajar exclusivamente en esto y de paso pagarte todo lo que has invertido para que empezáramos a trabajar.
―Ya… Yo también quiero que nos salgan más bodas. Y por lo del dinero no te agobies, Abril, hoy por hoy no necesito que me lo devuelvas… ―susurró Maca con ternura.
―¿Tú también quieres centrarte en la empresa, so guarra? ―soltó Abril con una sonrisa―: Eres la envidia de todas las mujeres del planeta Tierra. A mí me encantaría pasarme el día haciéndoles fotos a fornidos modelos con poca ropa y no pasando comida por un lector de código de barras. ¿De verdad no necesitan una maquilladora de tabletas de chocolate? Yo me ofrezco voluntaria, ya lo sabes ―bromeó, guiñándole un ojo y haciendo reír a su amiga.
―La verdad es que, viéndolo desde tu punto de vista, soy una tía con suerte. Y tranquila, cuando esté vacante ese puesto, entras de cabeza. ―dijo, guiñándole también un ojo―. Pero ahora en serio, el supermercado es un trabajo temporal, Abril. Vales para organizar bodas. Fíjate en Pablo y Elisa, están encantados con el trabajo que has hecho. Yo sólo me he dedicado a hacer fotos, el resto lo has creado tú. Ya verás como dentro de poco esto empieza a funcionar.
―Sí, haremos que funcione ―comentó Abril esperanzada, sintiendo que las dos juntas podrían lograrlo.
El taxi se detuvo primero en el edificio de Maca, el taxista sacó la maleta y continuó la carrera hasta la casa de Abril, que se encontraba a unas calles de donde vivía su mejor amiga y socia. Ambas eran vecinas del barrio de Benimaclet, Maca en una de las zonas más nuevas y Abril en una de las más antiguas. Ésta pagó el taxi y se dirigió al portal de su edificio, de aspecto estropeado y con bastantes años en sus cimientos, pero era lo que se podía permitir con sus escasos ingresos. Su piso estaba en la quinta planta, un pequeño apartamento de dos habitaciones, con grandes ventanales donde la luz natural entraba por unos estores amarillos que se había podido comprar en uno de esos grandes almacenes de decoración tan económicos.
Dejó la maleta en su dormitorio, donde tenía una cama grande, un armario empotrado, una mesilla con una lamparita y una mesa de escritorio pegada a la única
ventana que había en aquella estancia; los colores predominantes eran el del haya de los muebles y el naranja de las cortinas y sábanas. Se detuvo un instante en el único cuarto de baño, situado entre los dos dormitorios; era pequeño, pero contaba con lo esencial. Los sanitarios eran de color blanco, los básicos que tenían todos los pisos, y los azulejos de un tono crema mate.
Se miró en el espejo, cerciorándose de que llevaba bien el maquillaje, se tensó la prieta coleta y suspiró profundamente. Volvía a la vida normal y eso equivalía a trabajar muy duro y sin descanso para conseguir lo que tanto ansiaba. Cogió su pequeño bolso y salió de su piso.
Cuando bajaba en el ascensor se miró de nuevo al espejo, no se había cambiado de ropa, llevaba un mono corto de un estampado muy alegre y colorido, con el verde como tono predominante. Ese color le quedaba muy bien a su piel ligeramente bronceada durante los días de descanso y a su cabello rubio. Le encantaba vestir siempre de alegres colores, pensaba que eso daba aspecto de jovialidad sin importar cómo se sintiese de verdad. Sus ojos oscuros reflejaban más de lo que ella quería revelar y por eso siempre intentaba usar pintalabios de colores vivos, para que los demás fijaran la mirada en aquella parte de su rostro que podía controlar.
Salió a la calle y se dirigió caminando hacia la casa de su padre. Era un soleado y cálido día de últimos de septiembre; la humedad hacía que la sensación térmica fuese de mayor calor y Abril tuvo que buscar la sombra para resguardarse un poco de aquel verano interminable que parecía no querer abandonar la ciudad de Valencia. Llegó al edificio donde creció, abrió el portal y subió al tercer piso. Cuando estuvo ante la puerta de casa de su padre, llamó al timbre, esperó unos segundos y abrió con su llave.
―¡Papá! ―llamó mientras entraba.
―Estoy en el salón ―contestó su padre―. Hija, pero ¡qué guapa estás! ―dijo, levantándose del sofá para darle un par de besos a Abril.
―Me han venido bien estos días de descanso ―contestó ella, mientras el hombre se sentaba de nuevo y ella lo hacía a su lado―. ¿Qué tal todo por aquí?
―Como siempre…
Sonrió mientras cogía la mano de su hija y la apretaba con cariño. Salvador tenía sesenta y seis años, era un hombre alto, con el cabello entrecano y una mirada que reflejaba la bondad que residía en su corazón. Siempre había considerado que Abril era un milagro para él. Después de muchos años buscando un bebé, su mujer y él la concibieron cuando todas sus esperanzas se habían esfumado; casi por sorpresa, cuando Salvador tenía cuarenta años y la madre de Abril treinta y nueve. Fue el mejor regalo que les habían dado en toda su vida. Con aquel rostro angelical y aquellos caracolillos rubios que se le enredaban en la nuca, era como la lluvia de abril, tan necesaria para las cosechas y para seguir viviendo… Aunque también hubo un tiempo en que temió no volver a verla nunca más, pero eso era agua pasada y se sentía dichoso de tenerla a su lado.
―¿Has visto a Zoe? ―preguntó Abril, apoyándose en el respaldo del sofá marrón. Le encantaba aquella casa, siempre la hacía sentirse en paz consigo misma.
―Ayer la vi de lejos, estaba en el parque, pero ella no me vio.
―Podrías haberte acercado a ella…
―No me apetecía verle la cara a Ernesto ―replicó Salvador, haciendo sonreír a Abril.
―Él no te tiene que cohibir para acercarte a Zoe.
―Lo sé, pero es que lo veo y me descompongo. No puedo con él, lo siento hija ―concluyó con resignación―. Dime, ¿qué tal fue la boda?
―Muy bien, papá. Los novios han quedado muy contentos con nuestro trabajo.
―Sé que llegarás muy lejos, Abril. Eres igual de terca que tu madre e igual de trabajadora que yo ―comentó con cariño.
―No sé si llegaré lejos o a la vuelta de la esquina, pero nunca me culparé de no haber luchado por mis sueños ―dijo su hija con convicción.
El teléfono móvil de Abril comenzó a sonar, ella abrió el bolso y lo sacó.
―Sí, ¿dígame?
―Hola, ¿estoy hablando con Enlaces el Hada Vestida de Verde? ―preguntó una voz femenina.
―Sí. Hola, buenas tardes, me llamo Abril, ¿en qué puedo ayudarla?
―Encantada, Abril, soy Carola y me gustaría concertar una cita con vosotras para poder hablar de mi boda. La verdad es que estoy en una nube. ¡Justo ayer me lo pidió y ya ando buscando organizadora! ―dijo entre risas.
―Es bueno ser previsora. Dígame, ¿desde dónde me llama? ―Abril sacó la agenda de su bolso y comenzó a garabatear en ella, bajo la atenta mirada de su padre.
―De Madrid.
―¿Cuándo le vendría bien quedar con nosotras?
―¡Lo antes posible! Tengo disponibilidad absoluta.
―Hoy es domingo… ―dijo, más bien para sí misma, echándole una ojeada a su agenda―. ¿Sería demasiado precipitado quedar mañana por la tarde? Tengo un hueco y no tendría problema para viajar a Madrid.
―¡Oh, estupendo! ―exclamó la joven con euforia―. La verdad es que quiero empezar lo antes posible con los preparativos, ya que no disponemos de mucho margen de tiempo. Aunque ya te lo contaré mañana cuando nos veamos. ¿Quedamos a las seis de la tarde en Embassy? Está en el paseo de la Castellana.
―Perfecto. Ahí estaré, Carola ―dijo Abril, apuntándose la hora y el lugar de la cita.
―Muchas gracias, Abril. Estoy deseando poder comenzar a trabajar juntas ―comentó con alegría―. Nos vemos mañana.
―Hasta mañana ―se despidió ella con una sonrisa. Colgó la llamada y se quedó mirando a su padre―. ¡¡Tengo una cita con una clienta!! ―exclamó con júbilo, mientras bailoteaba en el sofá, haciendo reír a su padre con esa demostración de efusividad.
―Me alegro, hija. Empiezas a recoger los frutos de tu duro trabajo. Pero… ¿mañana por la mañana no trabajas en el supermercado?
―Sí, pero la tarde la tengo libre. Prefiero viajar mañana, a partir del miércoles lo tendré mucho más complicado para moverme fuera de Valencia.
―Ya sabes que si yo te puedo echar una mano…
―Lo sé, papá. ¡Eres un solete! ―exclamó, sentándose a su lado y dándole un tierno abrazo.
―Ay, hija… Si estuviera en mi mano, sólo trabajarías en tu empresa.
―No te preocupes por eso, papá. No me asusta trabajar…
―Lo sé… ―dijo él, sintiéndose orgulloso.
Después de hablarle de las vacaciones a su padre, de enseñarle las pocas fotos que ella hizo, al contrario que Maca, que no se pudo separar de su cámara de fotos ni en Corfú, fue a prepararse para el día siguiente.
Llegó a su pequeño piso, se duchó y se puso el pijama. Después cenó un pisto con longaniza que le había dado Salvador en un táper, habló por teléfono con Maca, que seguía de fiesta, para comentarle la cita que tenía al día siguiente, y se fue temprano a la cama. Antes de apagar la luz de su lamparita de noche, miró la fotografía que tenía sobre la mesilla. En ella, Zoe sonreía al objetivo. Abril suspiró con nostalgia y apagó la luz. Al poco se quedó profundamente dormida, pensando en Zoe y en la nueva vida que estaba construyendo.
Bip… Bip… Bip… Bip… Bip… Bip… Bip…
―Son treinta euros con cincuenta y dos céntimos ―dijo Abril con una sonrisa, mientras ayudaba a colocar la compra en la gran cesta de mimbre que se había traído la clienta.
―Ay, nena… ¡Cómo se va el dinero ahora! ―exclamó la mujer, abriendo el monedero.
―Volando ―contestó Abril, al tiempo que cogía los billetes y las monedas que le daba.
―Que pases un buen día, Abril ―dijo la mujer, que era clienta habitual, mientras acarreaba la pesada cesta.
―Lo mismo le digo, Purita ―contestó ella sonriente, tras darle el tique y el cambio―. Cuídese ese resfriado, que hoy la veo un poco pachucha.
―Ay, sí, hija, estos cambios de tiempo es lo que tienen ―respondió la mujer.
―¿Vas a cerrar? ―preguntó Amparo, la encargada del área de las cajas, acercándose a Abril y observando que no tenía gente en la cola.
―Sí, me queda colocar los yogures y me voy ya ―dijo ella, mientras ponía la cadena para que nadie pasase por su caja y fueran a las otras que había abiertas.
―Perfecto.
Abril llevaba despierta desde las seis de la mañana y no había parado un solo segundo de trabajar. La función que desempeñaba en aquel supermercado de barrio era, aparte de cobrar a los clientes, reponer los alimentos que faltaban en las estanterías. Por tanto, las horas se le pasaban a una velocidad de vértigo, no tenía tiempo de aburrirse. Pero ya le quedaba poco para coger su Fiat Punto naranja y salir hacia Madrid para conocer a su futura clienta. Eso hacía que el cansancio se evaporara con la ilusión de tener una nueva boda que organizar y estar más cerca de poder dedicarse en exclusiva a la pequeña empresa que había fundado junto con su amiga, con tanto cariño y entrega.
Después de colocar los yogures, se metió en el vestuario, se comió allí mismo unas empanadillas de atún con tomate, se cambió de ropa, cogió su bolso y fue hacia donde estaba estacionado su coche. Tenía casi cuatro horas de trayecto por delante. Dejó a un lado una botella grande de Coca-Cola, arrancó y salió hacia la cita, mientras la música llenaba el pequeño espacio y ella se iba animando a medida que iba haciendo kilómetros. Le encantaba conducir, sentir la velocidad, desplazarse por las interminables carreteras que unían una ciudad con otra, por eso casi no se dio cuenta de las horas que transcurrían hasta que llegó a la capital de España.
Fue directamente a un parking privado del centro, no quería perder tiempo buscando aparcamiento en una ciudad tan grande como ésa. Antes de salir del coche, cogió la botella vacía de refresco para tirarla en una papelera, se colgó al hombro el bolso amarillo, que hacía juego con sus zapatos de tacón, y echó a andar hacia el lugar de encuentro. Se estiró el vestido, de media manga y en tonos morados oscuros que llevaba; era de una tela que no se arrugaba y caía con soltura por su esbelto cuerpo, dándole el toque de seriedad y modernidad que le quería ofrecer a aquella mujer, para poder captarla como clienta.
Llegó al lugar donde había quedado con Carola. No sabía a quién buscar, por tanto observó a todas las personas que estaban sentadas en la terraza y, al no ver indicios de que esperasen a alguien, se fue hacia el interior. Nada más entrar, vio a una mujer alta, morena, con el cabello suelto formando unas ondas perfectas y brillantes, que no apartaba la mirada de la puerta. Abril le sonrió y ella le devolvió la sonrisa: había encontrado a su clienta.
―¿Carola? ―preguntó, acercándose a aquella mujer tan bella.
―Sí ―dijo la otra con una sonrisa encantadora, mientras se levantaba de su silla y le daba un par de besos―. Es un placer conocerte en persona, Abril. Estoy súper entusiasmada. Me han hablado tan bien de ti y de todo lo que hiciste en la boda de Elisa y Pablo, que ya me tienes como clienta segura ―le comunicó con entusiasmo.
―Me alegra muchísimo que me digas eso, Carola. Aunque siempre solemos explicarles a nuestros clientes cómo sería su boda organizada por nosotras, antes de firmar ningún papel. Para nuestra empresa lo principal son los novios y que ese día sea único y especial. Y dime, ¿cómo nos has conocido?
―Unos amigos asistieron al enlace que organizasteis en Corfú y me hablaron tan bien de esa boda, que no pude evitar pedirles que me averiguaran vuestro número de teléfono. ¡No quería arriesgarme contratando a alguien sin experiencia! ―explicó con soltura―. ¿Qué quieres tomar? ―preguntó, al ver que el camarero se acercaba a su mesa.
―Un café con leche, por favor.
―Un té con leche ―pidió Carola―. Tengo que obligarme a tomar más infusiones, ahora debo cuidarme más que nunca. ―Hizo una mueca de culpabilidad que hizo sonreír a Abril.
―Cuéntame un poquito cómo sería tu boda ideal y qué piensa el novio de tu idea ―dijo ella, sacando la agenda de su bolso para empezar a anotar los gustos de la mujer.
―Antes de nada, te quiero pedir disculpas en nombre de mi prometido. Ha intentado venir a la cita, pero a última hora lo han llamado para una reunión y no ha podido aplazarla para otro día. Espero que os conozcáis lo antes posible, porque él también quiere darte su punto de vista, aunque no difiere mucho del mío… ―añadió con una sonrisa encantadora―. Mira, te voy a ser sincera, desde que era una mocosa he pensado en este día, en cómo sería y dónde se celebraría. Cuando Richie me pidió la mano, le conté cómo deseaba casarme y le encantó mi idea, aunque él dice que le pongamos también algo masculino al enlace, para que no sea todo tan rosa. ―Rio despreocupada, mientras Abril apuntaba en su agenda lo más significativo, para poder trabajar después con esas ideas.
―Entonces, quieres tu cuento de princesas, pero que no sea todo de tul rosa, ¿verdad? ―preguntó, adivinando sus deseos.
―¡Sí! ―exclamó Carola con júbilo―. Eso es lo que quiero. Quiero ser la princesa que se casa con el príncipe azul. Lo quiero todo, sin importarme cuánto me va a costar. Eso es lo de menos, no hay límite de presupuesto. Haz lo que quieras, pero quiero sentirme como si estuviese dentro de un cuento de hadas.
―De acuerdo, creo que entiendo lo que deseas. A ver… ¿algún lugar especial para celebrarlo?
―Te dejo libertad, no nos importa si es aquí o en otro país, lo que queremos es sentirnos especiales. Eso sí, una cosa muy importante: necesitamos seguridad al cien por cien. Mi prometido tiene muchos amigos famosos y no queremos que ningún paparazzi acceda a nuestra boda…
―De acuerdo. Ahora necesitaré hacerte unas preguntas rutinarias para cerciorarnos de lo que más se ajusta a ti, para poder organizar tu boda de ensueño.
―Perfecto. Cuando quieras ―dijo con una sonrisa, mientras observaba al camarero posar las consumiciones sobre la mesa.
Abril empezó con el cuestionario que Maca y ella habían confeccionado a los pocos días de fundar la empresa; era tipo test, preguntas sencillas, que dejaban claros los verdaderos gustos de los novios sin que éstos se dejaran llevar por las modas o por la
familia. Aunque el mayor peso de la empresa lo llevaba Abril, ya que Maca sólo se dedicaba a las fotografías del enlace y a montar su correspondiente álbum de fotos, Abril intentaba informarla de todos los pasos que daba. No podía quejarse de que Maca no se involucrara más en la empresa, sin los ahorros de ésta no hubiese podido empezar a trabajar, sin su ayuda, aquel sueño que fue creciendo en las sobremesas, se hubiese quedado sólo en eso, un sueño. A la media hora había terminado la valoración.
―De momento con todo esto puedo trabajar y ofrecerte tu boda ideal ―comentó Abril―. Sólo falta que me digas más o menos en qué fecha queréis casaros.
―Sí… ―musitó Carola, mordiéndose los labios nerviosa―. La cuestión es que debemos casarnos antes de dos meses…
―¡¿Menos de dos meses?! ―exclamó Abril, asombrada ante todo el trabajo que tendría que hacer en tan poco tiempo.
―Sí… bueno, la verdad es que no es por capricho… Estoy embarazada de un mes y no quiero estar muy gordita el día de la boda.
―¡Enhorabuena! ―exclamó ella con una sonrisa, observando su rostro radiante, que reflejaba la felicidad que sentía―. Tranquila, haremos todo lo que esté en nuestras manos para que tengas la boda que siempre has soñado. Sólo nos faltaría hablar con el novio y así poder empezar a trabajar en el acto.
―Oh… ¡gracias, Abril! ―exclamó Carola emocionada―. Claro, es lógico. Si quieres, puedes venir conmigo ahora y te lo presento. Me vendrán a recoger aquí para llevarme a su empresa…
―Me encantaría, te seguiré con mi coche. Lo tengo en un parking cercano.
―¡Genial! Le va a encantar conocerte, Abril. Dime, ¿eres de aquí?
―No, soy de Valencia. Pero no te preocupes por la distancia. La boda se puede organizar sin problema.
―Ah, vale… Es que quiero tenerte disponible para cuando necesite tus consejos y que me vayas diciendo cómo va todo.
―No te preocupes. Ten mi tarjeta, ésta es mi dirección, mi móvil que ya lo tenías y mi mail. ―Le tendió una pequeña cartulina blanca y verde―: Estaremos en contacto todos los días. Cuando haya hablado con el novio y sepa sus preferencias, empezaré a trabajar y os haré un boceto. Vosotros sois los que mandáis. Si no os gusta cualquier cosa, lo reharemos sin problemas.
―Estupendo ―contestó Carola, impresionada por la profesionalidad de aquella joven, y miró el móvil, que le había sonado avisando de un nuevo mensaje―. Acaba de llegar el chófer, ¿nos vamos?
―Claro ―contestó Abril, guardando su agenda y terminándose el café con leche.
Carola se dirigió a la barra y pagó las consumiciones, luego la esperó para salir juntas de la cafetería.
―Me gustas, Abril. Creo que mi boda no puede estar en mejores manos ―dijo con convicción―. Mira, ahí está. ―Señaló un lado de la calle―. Podrías venir ahora conmigo y luego te acercamos al parking.
―No, gracias, prefiero ir en mi coche. En cinco minutos estaré aquí, llevo un Fiat Punto de color naranja.
Se fue a paso rápido hacia el parking subterráneo, pagó y salió hacia donde estaba el flamante BMW negro esperando para que los siguiese a saber adónde. Mientras conducía detrás del vehículo donde iba sentada Carola, miró la hora. La cita se estaba alargando más de la cuenta y llegaría a Valencia de madrugada…
El BMW se detuvo delante de un edificio moderno con grandes ventanales, con un luminoso y gran rótulo con el nombre IMAGINA PRODUCCIONES S.L. Abril apagó el motor de su coche y se bajó admirando el lugar. Carola llegó a su lado y la guió por el interior de aquel enorme espacio moderno y de estilo minimalista, donde el acero y el color negro predominaban.
―¿Tu novio trabaja aquí? ―preguntó en un susurro, sintiendo que se introducía en un mundo totalmente nuevo para ella.
―Richie es el dueño de todo esto ―contestó Carola con orgullo―. Impresionante, ¿verdad?
Abril asintió, observando boquiabierta en las paredes del pasillo que recorrían los carteles de las películas producidas por la empresa: muchas de ellas las había visto en cine o en DVD. En ese momento comprendió por qué querían seguridad, para salvaguardar la intimidad de los amigos del novio, ya que éstos serían esos actores fotografiados en los distintos carteles que decoraban aquella preciosa empresa.
Se entusiasmó con la idea, aquello sería muy beneficioso para ellas. El nombre de su pequeña empresa recorrería los círculos del mundo cinematográfico y supo, que cuando se lo contara a Maca, ésta se volvería loca de emoción al ver que estaban cada vez más cerca de conseguir el prestigio que querían.
―Julen, ¿está Richie en su despacho?
Al oír ese nombre, Abril olvidó los carteles, las películas que tantas veces había visto, los actores con los que había soñado, la idea de verse trabajando en exclusiva en su empresa, la alegría de Maca al saber quiénes serían sus próximos clientes y buscó con la mirada el rostro del hombre con el que hablaba Carola. No podía ser, era imposible, no podía ser el mismo Julen que ella había conocido hacía una semana…
―Sí, puedes entrar ―dijo él, acercándose a ellas.
El mundo dejó de dar vueltas, Abril incluso sintió que le faltaba el aire… ¿Cómo era posible que tuviese delante de ella al hombre que conoció en Corfú?
¡Y pensar que se había sentido afortunada de no tener que verlo nunca más, de no saber nada más de él! Y no, no le importó que desapareciera después de darle aquel breve beso, entonces incluso se lo agradeció, ya que temía no haber podido parar y luego tener que arrepentirse de algo más… Aquella sensación de falta total de autocontrol cuando estuvo entre sus brazos a Abril no le había gustado nada, ella odiaba sentirse de esa manera.
Respiró hondo y lo miró a los ojos, sintiéndose perdida en aquel mar oscuro que eran sus iris. Intentó controlar sus nervios, notando que le flaqueaban las piernas y que su corazón cabalgaba desbocado sólo con verlo sonreír. ¿Y ahora qué se suponía que debía hacer?

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©Campanilla olvidó volar.

©Loles López.

©Zafiro (Editorial Planeta).

 

 

Publicado por loleslopez

Escritora de novela romántica contemporánea, comedia romántica y romántica con intriga.

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